
Hay momentos en los que nos sorprendemos a nosotros mismos reaccionando con incomodidad o enojo cuando las cosas no se hacen como queremos. Otras veces, basta con que alguien nos diga “haz esto” para que algo se revuelva por dentro. Y no siempre entendemos por qué.
La mayoría de nosotros no andaría por la vida diciendo: “Tengo un problema con la sujeción.” Pero si somos honestos, hay señales internas que nos revelan una lucha: molestia cuando nos corrigen, impaciencia cuando no se hace a nuestra manera, irritación cuando se nos manda.
Esto no siempre es rebeldía. A veces, es el fruto de haber cargado demasiado tiempo con el peso de liderar solos. Otras veces, es una forma encubierta de miedo o heridas no sanadas.
El Verdadero Problema: Querer el Control
Queremos que todo salga bien. Queremos orden. Y muchas veces, queremos que las cosas se hagan “como sabemos que funcionan”. Pero esa necesidad constante de tener el control, aunque disfrazada de excelencia, puede ser un reflejo de desconfianza hacia los demás… y hacia Dios.
Cuando no sabemos delegar, obedecer o soltar, podría ser que nuestro corazón esté intentando protegerse del dolor, pero también resistiéndose al crecimiento.
Sujeción no es Debilidad, es Madurez
Jesús, siendo el Hijo de Dios, se sujetó. Lo hizo en casa, con sus padres. Lo hizo en su ministerio, bajo el tiempo del Padre. Lo hizo en Getsemaní, cuando oró: “No se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Someterse no te hace menos líder. Te hace más semejante a Cristo. Es una señal de que tu ego está muriendo para que el Reino pueda crecer.
Señales de que necesitas trabajar en sujeción:
- Te molesta que te den instrucciones sin consultarte.
- Tiendes a pensar que tu forma siempre es la mejor.
- Te cuesta aceptar corrección, aunque sea justa.
- Reaccionas con irritación ante autoridades poco empáticas.
- Sientes que si no lo haces tú, nadie lo hará bien.
¿Cómo sanar esta área?
- Reconoce sin culpa. No se trata de condenarte, sino de identificar lo que Dios quiere transformar.
- Ora con transparencia. Dile al Padre: “Muéstrame si hay orgullo, miedo o heridas que no he sanado.”
- Practica la obediencia. Haz pequeños actos de sujeción. Cede el control en algo simple y obsérvate.
- Recibe retroalimentación. Pregunta a alguien maduro en la fe: “¿Notas que me cuesta sujetarme?”
- Recuerda el ejemplo de Jesús. El que podía mandar a legiones, eligió obedecer hasta la cruz.
Reflexión final
Dios no está buscando corazones perfectos, sino corazones moldeables. Y nada nos moldea más que la sujeción en momentos donde quisiéramos mandar.
Si sientes que este tema te está hablando, no lo ignores. Pídelo al Señor: “Enséñame a sujetarme como Jesús. A soltar el control y confiar.” Porque en ese soltar, hay descanso. Y en esa sujeción, hay promoción.
Elevando tu fe. Despertando tu llamado.
— Aaron Chavez